Tierra Canalla ha estado en el Palau de la Música pero no ha sido para escuchar piezas de Beethoven o de Mozart sino para disfrutar del buen rock de Coque Malla en un espacio acústicamente inmejorable.
Se trata de un ciclo por el que apuesta la Dirección del Palau y que contempla hasta doce conciertos de música pop-rock de la mano de sonados artistas como Kiko Veneno, Chambao, Jarabe de Palo o el propio Coque Malla.
El Palau, que ya había dedicado espacios al jazz y al soul anteriormente, da un paso más y propone a su público desdibujar la línea entre arte culto y popular, entre música clásica y el resto, entre orquesta y banda.
Lo que Coque Malla ofreció el pasado sábado fue rock depurado de banda y sonó además de maravilla en la catedral valenciana de la música.
Durante un par de horas no hubo sobre el escenario fracs y pajaritas sino camisa de floripondios bien ajustada, bien hortera, de artista y sobre todo mucho talento y un gran trabajo escenográfico y musical.
Malla es un showman nato. Hacia él confluyen las miradas, cautiva al público, marca y domina el tempo del concierto embelesando como un hindú que mece a la serpiente con su flauta, seduce, te lleva a su universo de nostalgia alegre, de grandes letras y acertadas melodías, algunas tan especiales como la del tema que da título al disco, “El último hombre en la tierra”, canción de ingeniería de caramelo, un carrusel que no empalaga sin embargo.
Algunos hemos crecido con él, nos hemos empapado de su arte. Su trayectoria es larga: “Los Ronaldos”, su actual singladura, el homenaje a las mujeres, la todavía muy visionable “Todo es Mentira”, donde compartía cartel con la joven Penélope Cruz. Coque es un artista completo que nos ha invitado siempre a compartir su particular mirada de gamberro entrañable.
La experiencia de escucharle junto a su banda en el Palau de la Música ha sido fantástica y desconcertante al mismo tiempo. El disco es nuevo y se notaba, pero sobre todo resultaba extraño tal recinto para ese tipo de concierto.
El público quería arrancar, se palpaba en el aire, pero al mismo tiempo se moderaba por lo solemne del auditorio; parecía que profanábamos algo sagrado o perpetrábamos alguna inocente maldad. Había una especie de halo, de decoro imaginario que planeaba sobre las cabezas de los asistentes encorsetando los modales de los fans que no sabían muy bien si ponerse en pie, patear la tarima, cantar o guardar respeto y toser entre las canciones como marca el rigor del sitio.
Coque jugaba con la afición, se esmeraba con guiños y trucos de artista veterano. Su concierto debía ser música de calidad y juego de luces pero ante todo espectáculo, diversión y sonrisa pintada en la cara de todos de regreso a casa. Improvisó una coral involucrando al público entre las tribunas laterales y el patio de butacas y plagó el espectáculo de gestos cómplices y posturas acompasadas que fueron aplaudidas.
Esperamos que la propuesta del Palau siga con tan buena acogida en los restantes conciertos y anime la programación de nuevos ciclos similares. Los amantes del pop-rock están de enhorabuena, difícilmente podrán disfrutar de su grupo favorito en mejores condiciones acústicas.