Txantxiku (rana) es como se les llama al originario de la villa de Oñati en Gipuzkoa, a pesar de que no es zona donde abunde la rana. Las razones de este apelativo surgen de la singular historia de esta población. Oñati es la única localidad del territorio que en los siglos XIV y XV no consiguió incorporarse a la Hermandad de Guipúzcoa, por lo que se mantuvo bajo la jurisdicción de su señor: el Conde de Oñate. Esta circunstancia supuso unas tensas relaciones que derivaron en continuos pleitos ante la Chancillería de Valladolid, que era el órgano judicial en que se dirimían las causas civiles del reino de Castilla (una especie de tribunal supremo).
Los fueros de Bizkaia y de Gipuzkoa —codificados durante los siglos XV y XVI— establecían que los vecinos naturales de las villas forales eran considerados hidalgos. Únicamente tenían por Señor al Rey de Castilla, pudiendo gozar de una serie de privilegios como no pagar el impuesto personal denominado “pecha”, una mayor facilidad para el acceso a la carrera militar, a los cargos de la burocracia de la Corona y los puestos eclesiásticos, entre otros. No era una mera cuestión de honor sino que se trataba de algo muy útil e importante en una sociedad estamental. Esta peculiaridad jurídica difundió entre los vascos el valor del igualitarismo, así como un cierto orgullo colectivo, pues ninguna persona avecinada en las provincias costeras era jurídicamente más que otra; un estatus que posibilitaba a un barrendero miserable tener el estatus de hidalgo, categoría jurídica que no tenían muchos ricos comerciantes de otras territorios de Castilla; por esa razón la población se identificaba mucho con ellos. Los oñatiarras eran los únicos vascos de los territorios costeros que no gozaban de esos privilegios y estaban sometidos a su Señor; éste tenía la autoridad de juzgarles y mandar ejecutar sus sentencias, así como ciertas responsabilidades administrativas y ceremoniales.
Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga en España Fascinante